martes, 8 de diciembre de 2015

LOS VIAJEROS ROMÁNTICOS

foto de Rocío Lombardo

Robar es coger algo que no te pertenece, que no es tuyo. Algo que ajeno a tí, tu deseas y que quieres tener a costa de cualquier cosa. Por eso estaba allí para atrapar lo que no era mío, para... Robar.
Ese camino no era mi camino, no se adaptaba ni a mí, ni a mis necesidades ni, por supuesto, a mis deseos. Pero allí estaba yo, convencida de que era lo que más me convenía en ese momento. La primera en apuntarse a ese delito impune que ibamos a cometer. Con todos mis pertrechos preparados y el mejor de los talantes. 
Mis compiches listos, aleccionados e ilusionados... contentos pues el recorrido iba a ser duro pero satisfactorio. La recompensa al final, cuando el expolio se hubiera llevado a cabo. 
Levanté la mirada, y allí lo encontré. Me sorprendí... no me lo esperaba. Exclamé un ¡Ufff!, y entre dientes me dije a mi misma:... ¡madre mía!. Me retó, y yo, acepté el reto. En ese momento comenzó el hurto.
Cada paso que recorría era una moneda nueva, un doblón de plata que usurpaba para mi beneficio. El corazón latía con fuerza... la respiración se entrecortaba, me ahogaba... Cien pasos más arriba gritos aleccionadores: ¡Vamos Oles, tu puedes campeona!. Y yo tenía que poder. Claro que tenía que poder... y seguía robándole pasos a esa subida infame que, pirata, escamoteaba mis momentos de autoestima. 
Con mi saca llena de monedas y tesoros, alcancé la cumbre. Hubo aplausos, vitores y bienvenidas. Casí me rindo, pero no lo hice. Y el saberme querida y apoyada por todos y cada uno de mis amigos, me sirvió de acicate para enfrentarme al descenso... 
Tres, fueron tres, las veces que entre dientes dije: ¡Madre Mía!, pues ese sendero iba a robarme el aliento, el corazón y todos los doblones que yo le había sustraído en la subida. Pero no sabía el maldito Canalla que yo tenía dos cartas bajo la manga que valían más que todas las que él me plantaba sobre la mesa... mi As, que de Oro, me indicaba donde situar mis pies y sujetándome con fuerza la mano, el Rey de Corazones.
Bajé, no sin dificultad, pero bajé. En el Camino me dejé todos los tesoros que, ladróna, le sisé en la subida. Solo dos cosas me dejó intactas: mi autoestima, pues no era ese camino para afanar mi amor propio. Y la recompesa que nos estaba esperando a todos... Una mesa grande, plena, llena de amigos y anécdotas. De alegrías de ilusiones, de reencuentros y de "Huevos con Papas".

Nos vemos y nos leemos pronto
   

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