MALTA
Desde aquí todo es diferente. Lo que antes
estaba allí, ahora torna y está aquí... conmigo. Mirar y ver lo que nunca veo,
pues estoy viviendo dentro de ese mirar, me hace sentir diferente, especial.
Observar la tierra desde el mar es una experiencia única. Ver las olas de este
mar, por el que navego, besar la tierra que desde lejos contemplo, es para mí
una costumbre nueva. Llevo un rato en cubierta y tengo frío. Un frío largo y
silencioso. El viento me roza la cara con crudeza, pero yo no rindo la mirada a esas luces que poco a poco se van encendiendo en las calles de esa ciudad
amarilla y misteriosa: La Valletta.
Esta mañana al despertar, todo fue sorpresa.
Todo era nuevo y por descubrir. Un puerto antiguo con su bocana ancha nos
recibe abriendo sus brazos, como a uno más, como a uno de tantos y tantos que
han anclado en sus oscuras aguas. Y a su alrededor una ciudad que sube por
intricadas calles la pendiente que del mar la aleja. Una ciudad amarilla pues
de esa tonalidad es la piedra que en la isla se trabaja.
La piedra es caliza y seca,
con ese color que hace que la ciudad luzca, en medio del azul
Mediterráneo, todos sus tonos dorados. Ella tiene el sabor de lo antiguo, de lo
decadente y de lo viejo. Palacios suntuosos sin habitar, casas señoriales abandonadas al salitre de ese mar que brilla aún en los cristales de las ventanas rotas. Y muchas iglesias: grandes, pequeñas, recónditas, resplandecientes, maravillosas y lóbregas.
En los rostros de sus habitantes se intuyen las
mezclas de las civilizaciones visitadoras e invasoras: árabes y griegos,
españoles e italianos, turcos y franceses... y por último ingleses.
Hablan un inglés áspero que mezclan con su
idioma de origen: el maltés, y hacen algunos guiños al italiano; todo esto hace que
sea un poco difícil entender tan complicada lengua. Pero no por eso, el
ciudadano maltés deja de ser hospitalario y recibidor y te indica con simpatía
los lugares más emblemáticos y a veces desconocidos de la capital. Y así, siguiendo los consejos de un amable vallettero, subimos a la Mdina: antiguo centro neurálgico de la
ciudad.
Preciosa: casas de piedra con puertas de colores y llamadores de latón
configurando distintos animales del ancho mar. Vistas grandiosas, calles estrechas y solitarias, tiendas
escondidas en portales de piedra, restaurantes en patios llenos de buganvillas, música que se cuela a las calles desde los balcones vestidos de blancos visillos... ¡Maravillosa Mdina!
Y aquí estoy, en cubierta y tengo frío pero
no puedo dejar de mirarte: ciudad que por misteriosa y silenciosa me has cautivado. Te
digo adiós Malta, La Valletta, la Mdina. En la retina me llevo tus colores
y en el corazón tu belleza.
Nos vemos y nos leemos pronto.
qué lindo! siempre he querido ir, pero no convenzo a mi esposo para hacerlo! >.<
ResponderEliminarUna isla maravillosa con mucha historia, y sin playas. Lo mejor, a mi entender la Mdina. Preciosa ciudad medieval!. Convence a tu complementario, no te arrepentirás. Besos
ResponderEliminar¡¡¡Qué bien que estés por allí!
ResponderEliminarPreciosa entrada.
Qué bonito todo...además descubrir nuevos países es toda una experiencia!!!
A disfrutar mucho!!!
Besos!
http://quedateenminube.blogspot.com.es/
Me enamore también, mezcla de la cultura mediterránea en estado puro. Que cúpulas, que tiendas demodes años 60, pasta italiana, conducción inglesa.....quiero volver¡
EliminarNo me acordaba de las tiendas demode! Yo también quiero volver...! Besos de islas bellas
EliminarQuedateenminube estuve allí hace tiempo, pero me encantaría volver. Es una isla preciosa!
ResponderEliminarBesos guapa y enhorabuena por tu nuevo premio!
Vaya!
ResponderEliminarAhora me están dando ganas de ir.
Estos sitios que describes son muy conocidos, bien de la tele, o bien de internet.
Pero ahora si que tengo el gusanillo de verlos "in situ".
Lo añado a la lista (que por cierto, ya es un pelín larga).
Un beso.
Los lugares se disfrutan "in situ", por la tele te lo cuentan muy bien, pero hay que visitarlos y vivirlos. No te pierdas ningún sitio de los que quieras visitar.
EliminarBesos, Jose