Verás, lo que te voy a contar no es leyenda
urbana ni cuento chino. No se trata de un vulgar cotilleo, ni de un chismorreo
de pueblo añejo con viejas y viejos añejos; te hablo de algo totalmente simple
y en tiempos hasta normal. Sé que lo has visto, pues en tu casa hay alguno que
otro. Pero también sé que no contienen lo que yo tanto añoro, lo que tanto echo
de menos... Te hablo de los sobres llenos de cartas. De las cartas llenas de
besos. De los besos llenos de amor. No hace tanto tiempo a los buzones de los
portales, a las puertas de las casas, a
los soldados en las milicias, a los rubios, a las morenas a los altos y a las
bajitas, llegaban cartas... cartas de amor. Franqueadas con sellos de color
azul y a veces rosa que hacían que la ilusión rondara las mentes y los cuerpos
de sus destinatarios, haciéndolos por un ratito, o por muchos, inmensamente
felices. Se describían los deseos, las ganas, los
"te quiero", con letra redonda o cursiva... con boli de punta fina o
con pilot negro, o si ya era muy barroco el amor, con pluma de tinta china. Era
ese folio en blanco, escaparate de sentimientos y afectos, del amor compartido
o solo fingido... era, esa hoja de papel, testigo de mil poemas, de mil
requiebros de tantos y tantos besos... Escribíamos... dibujábamos con cientos de
grafías lo que el corazón dictaba, lo que las ganas contaban. Y esperábamos con
ansias que ese alguien nos contestara. Que nos dijera cuán feliz le había hecho
esa carta recibida; esa misiva de amor, esas letras contenidas... Secretos que
encerrados en un sobre, quedaban guardados en el cofre de las letras, hasta que
el recibidor lo abría y los leía, los interpretaba. Y las cartas iban y venían a los buzones.
Subían y bajaban a los afectos. Llevaban y traían las canciones, los poemas que
contaban cuánto nos queríamos... cuánto nos amaban. Eran cartas... Esas cartas... Cartas de amor.
Con costuras en el alma, Juana, se apura por sentir un
día mas el vaivén que sufre su corazón. Sentimientos encontrados en ese
bosque de gentes que surge sin querer en la sala de la "quimio". Seres
que en común tienen lo más terrible. Y que por ser así, terrible, se
dulcifica al ser común en todos ellos. Ella, que llegó un día asustada y
llorosa a esa sala dónde todos la animaron y se interesaron por su
vida. Dónde la cotidianeidad de los sueros la hicieron cómplice con su
vecina de sillón Amparo, que era la segunda vez que el cáncer la hacía
protagonista de su película. O con la chica del uniforme de azafata, Clara, que a pesar de su juventud, o tal vez por ella, se afanaba en
comentar que ella solo estaba allí de paso, que la vida le tenía
preparado un futuro maravilloso. Y también con Charo que marchó un día
calva y feliz a su casa pues ya estaba curada, y que hacía dos semanas
que estaba de nuevo allí, menos calva y menos feliz... Con todas y cada
una de las personas que allí estaban Juana tenía una conexión especial,
una unión que las hacía fuertes ante la adversidad. Hoy
Juana se marchaba; se despedía de todas ellas, de cada una de ellas. Se
iba... ya no tenía pechos... ya no tenía pelo... ya no tenía cáncer. Su
realidad ya no estaba allí, estaba en otro lugar, con otras personas.
Se despidió de Amparo, se despidió de Clara, se despidió de Charo...
Lloró con ellas por todo lo bueno y todo lo malo. Por lo que esperaban,
por lo que conseguirían y por lo que se quedaría en el camino. Y salió a
la calle a beberse las calles como aquella María de la canción. Y besó
la brisa que el viento le regalaba. Y tocó la eterna levedad de ser
mujer, persona. Y rió, y lloró Juana, mucho, mucho, mucho... Hoy,
ha recibido una llamada. Sus amigas quieren celebrar con ella su vuelta
a la vida, su sanación, su alegría... Y esto es lo que se ha
encontrado:
Hoy desde aquí quiero brindar por todas las "Juanas", por todas las "Amparos", Las "Claras", las "Charos"... Por Ellas: ¡LAS MUJERES!
No me gustan los nombres con significado
explícito... No me gustan las letras sin vértices, sin esquinas ni rincones. No
me gustan las comas, ni los puntos y comas... No me gustan. No soporto los verbos imperfectos ni los
pluscuamperfectos. No me agradan los adjetivos posesivos, tampoco los superlativos...
Ni los "Yo, mi, me, conmigo" que delante del nombre los llaman
pronombres, (lógico). No me convencen las palabras vacías ni las
pegajosas ni las opacas... ni siquiera las grises, no las entiendo ni me
fascinan. No prefiero las cuartillas escritas a máquina, ni tampoco los folios
encabezados a la derecha con letras doradas que cuentan que importancia tienen
los que allí se nombran... no los quiero. No anhelo tener mil y un libros
cubiertos de piel y llenos de vanas palabras. Yo prefiero ese nombre bonito que cuenta en
sus letras su color y su sonido... Y me gusta esa letra que marca su espacio a
codazos; que alarga sus brazos y acoge tranquila a la siguiente... Yo quisiera tener muchos puntos y seguidos en
mi loca vida. Y puntos y aparte; y mil suspensivos que tú rellenaras con tus
propios puntos. Yo deseo poner en mi boca futuros perfectos.
Presentes cuajados de mil aventuras y cientos de locas locuras. Y me gusta calificar mi espacio, mi sitio, con
adjetivos que cuenten lo que yo veo y lo que tú sientes. Lo que tú ves y yo
siento. Y te quiero contar muy bajito, que
"Tú", serás "Mi", y "Yo" seré "Tú",
cuando queramos ser nuestro "nosotros". Yo quisiera que palabras escritas llenaran
vacíos; prendaran las mentes, iluminaran los corazones... Negro sobre blanco, o no, llenar la vida de
palabras escritas en libros, en folios, en cuartillas. Palabras que cuenten
todo lo que queremos y anhelamos; lo que nos gusta, lo que detestamos... No me gustan los nombres con significado
explícito: El mío sin ir más lejos, Dolores... Si cambiamos la D por una C... ya tenemos
Colores, bastante más bonito, ¿verdad?
Es martes y se notan en las luces de la tarde las horas del otoño. Los colores se han vuelto, de repente, más ocres, mas tostados. Todo es mas corto y mas amarillo; más sereno, más tranquilo. Mi casa, después del revuelo de meses, ha recuperado su pátina suave, su música queda, su melancolía. Es martes y se notan en los huecos del espacio que mi estudio está vacío, que el festejo ya ha pasado y que todo, despacito, se ha hecho sitio en la memoria, en las alas que el corazón tiene para guardar lo bonito, lo sincero... lo mejor. Es martes y se nota cuándo escribo que tengo la mente lejos. Que la mirada la pierdo reviviendo los momentos, los instantes; que recuerdo las sonrisas, las canciones y los bailes. Que tengo las manos frías y tecléo muy despacito, pues quiero contarlo todo y solo sé escribir la parte que los dedos quieren dictar. Es martes y se nota en lo que os cuento, que la novia, mi Princesa, iba Preciosa. Que el novio Guapo y Galán la cortejaba con la mirada. Que los invitados eran Magníficos, que el padrino estaba Enorme y que la fiesta fue Hermosa, Maravillosa y Perfecta. Es martes y se nota que ya he vuelto a contaros con mis cuentos y mis cuentas nuevas historias de lejos, de amor, de alegrías y sorpresas. Es martes...