martes, 25 de febrero de 2014

LOS LEONES Y SU PATIO

Subo, como tantas noches, esta cuesta que se torna infinita en mi garganta, en mi aliento. Subo, y sube del suelo una humedad que envuelve mi andar y mis ganas por volver a veros de nuevo en vuestro lugar, en vuestro sitio. Sin vosotros el patio ha estado vacío, sin alma, sin vida, sin nombre; lo perdió todo y hoy lo recupera de nuevo: el alma, la vida... el nombre.
Cruzo la Puerta de la Justicia y entro en ese mundo soñado que habita en la Sabika, en la colina. No me entretengo; dejo atrás la grandeza de Comares y la alberca; más por sus arrayanes me detengo y observo como su aroma embriaga la noche, la enloquece. Sigo la ruta que, sin señal, me dirige a tu asilo, al espacio que interpreto mío, bueno, quizás nuestro. Con pasos quedos me reencuentro con tu estampa: Blanco mármol brillando bajo la luna; columnas dibujando ese patio armónico y cipreses largos, que en la noche se vuelven oscuros, por encima de las viejas tejas.
Estáis todos. Estáis blancos, impolutos. Y la taza que descansa en vuestros lomos, nívea, pura.

La gente se agolpa para ver la hazaña, para disfrutar de nuevo de vuestra belleza. Yo me alejo. No quiero romper el asedio, ni la noche ni siquiera el cerco. Busco otras gentes que sé que están allí, silenciosas, invisibles observando. Mirando con que extrañeza alaban lo cotidiano de sus vidas... de sus muertes. Así por Abencerrajes hace su entrada Aixa con Boabdil de la mano; y al fondo, en la Sala de los Reyes, Washington Irving se enfada, hay mucho ruido en palacio y no puede escribir sus cuentos. Y con un balde en la mano y un estropajo de esparto, Dolores "La Guardiana", mira impaciente a los que rodean la fuente, pues ensucian con sus gritos la armonía de este patio.

En un hueco, en un rincón del atrio, escucho los requiebros y galanías que os dedican. Las críticas y los juicios que los entendidos cuentan. Y sonrío pues me agrada que todos seamos uno para alabar vuestra estampa... Ya me marcho.
La noche ha sido muy larga, ya me dirijo a Granada... ya busco de nuevo el ruido, las aceras, las farolas, el humo y las ganas de volver a subir por esa cuesta que se torna infinita en mi garganta. 

domingo, 16 de febrero de 2014

TERESA

Teresa tenía los ojos chicos de tanto mirar la vida. Y también azules. Ella decía que eran de ese color porque su madre la concibió "a la orillita del mar". Teresa tenía en el pelo hebras de plata, y se hacía el moño con horquillas de gancho grandes y negras. Era pequeña, menuda y habladora. También cantaba coplas en la que los hombres besaban con pasión y las mujeres sufrían de desamor. Ella me cogía las manos y me contaba los dedos. Me acariciaba la cara y cuando yo sonreía me besaba los ojos despacito. Teresa lavaba la ropa en aquella pila de piedra que había en el patio; llevaba siempre un delantal de tela blanco, y cuando hacía la colada lo cubría con otro de hule; y así, la ropa sacudía, la ropa enjabonaba y al final la enjuagaba... y mientras yo la miraba.
Una calle de Nápoles
A veces me descubría observándola y entonces me sonreía y me gritaba piropos que no entendía pero que yo intuía que eran preciosas palabras. Cuando la mañana estaba mediada, Teresa me apoyaba en su cadera y me llevaba a la calle a "hacer los mandaos". Tenía la cara surcada por los ríos del tiempo, y las manos ásperas y morenas y yo, embelesada, se las acariciaba. No era Teresa lista ni sabia, pero a mí me enseñaba a cuidar las primeras vidas de mi vida. Ella sabía cuándo yo tenía sueño, y me cantaba nanas de niños que querían ser de plata; y cuando tenía hambre y me daba cortezas de pan del día de antes. Me enseñó a caminar, Teresa, cogiéndome de las manos y doblando su espalda hasta mi altura para dar pasitos cortos conmigo. Ella se acercaba a mi oído y me decía: "cuando aprendas a andar, Chiquitica, te cambiará la vida". Y así fue, cuándo aprendí, la vida me cambió y me asomó a nuevos y brillantes horizontes.

Un día Teresa no vino, ni al siguiente tampoco. Un día Teresa no vino más. 
Y a mí me cambió la vida muchas veces y disfruté de maravillosos días y maravillosas noches: Cuándo mi padre, con la mirada emocionada, me llevó de la mano al altar. O cuándo oí por primera vez el llanto de mi hija. También cuándo besé por primera vez, o me puse al volante de mi primer coche...  
Hace tiempo que la vida no me cambia tan a menudo como antes, ¿o quizás sea que me cambia cada instante?...

Muchas veces recuerdo a Teresa. A mi Teresa que tenía los ojos chicos de tanto mirar la vida.

Nos vemos y nos leemos pronto
Sidi Bou Said, Túnez




 


domingo, 9 de febrero de 2014

UNA HISTORIA DE AMOR

Hay una canción para cada historia, para cada amor. O mejor dicho, hay una canción para cada historia de amor. Puede que esta historia tenga una mirada, un reflejo en las miradas del otro. O tal vez, solo tal vez, tenga un roce furtivo en los labios... Las historias de amor, cómo lo son, pueden ser contadas por aquellos que las vivieron, desde dentro de la historia o desde la orilla. 
Yo viví esta historia desde ese límite, y desde allí os cuento tal y como fue:
No era verano ni invierno, era ese tiempo sucio que moja las calles de silencios y de barro. El empujaba su bicicleta por la acera de enfrente, casi como cada día, pues casi siempre volvía a casa con la rueda delantera pinchada. Ella nunca paseaba, nunca disfrutaba de lo que pasaba a su alrededor; simplemente caminaba por esa acera de enfrente, deprisa, muy deprisa. Pasaban uno junto al otro cada tarde, pero no se veían, no se miraban. Y ese tiempo sucio transcurría en el calendario lento y triste, como cada vez que no es ni verano ni invierno... Pasaron los días, y la repetición de la escena era siempre la misma: cruzaban sus cuerpos, pero no se notaban, no se intuían. Llegaba a ser una secuencia aburrida y tediosa, pues parecía imposible que trenzaran sus miradas. 
Niza
Una tarde de esas en las que no quieres nada, ni nada buscas; una de esas tardes que pasear solo sirve para mojar las ganas de andar las calles, rozaron sus manos sin apenas tiempo, y ambos al unísono dijeron: ¡Perdona!... y se paró el reloj en la ciudad del clima raro, y las calles se hicieron hermosos ríos, y el calendario rindió la estación y pintó los días de invierno y de verano... No fueron las miradas, las que llenaron de vida ese encuentro. Fue una palabra, solo una, la que hizo que la acera de enfrente fuese única. Una palabra, dos susurros que de amor los llenaron para siempre.
Hoy el tiempo es de verano, de cerezas y de tardes largas llenas de horas largas. Y yo desde mi orilla, los veo cada tarde encontrar sus manos, sus miradas y sus labios. Recorriendo la acera de enfrente, despacio, sin prisa; con risas y sonrisas, susurrándose al oído palabras, palabras de amor...
Estrómboli
Dedicado a todos los que amáis y a todos los que os aman.

Nos vemos y nos leemos pronto  
   

domingo, 2 de febrero de 2014

¡AY, EL TIEMPO...!

Fíjate que no me he dado cuenta. Apenas he oído un murmullo, una respiración. Llevarás ahí sentado, quizás una eternidad, ¿una vida? Y yo sin verte, sin notarte. Sin sentir que formabas parte de la decoración de mi espacio, de mí historia. Eres tan silencioso, tan especialmente callado; caminas tan suave, tan flexible y sosegado que tu paseo por mi existencia casi no lo he captado, lo he sentido...
Y es que es tan arrolladora tu certeza, tu evidencia, que cuando estoy contigo apenas lo noto, lo percibo. Y vas dibujando la estrella de mí sino poco a poco, despacito; haciendo, sombreando en mi cuerpo todas tus enseñanzas. Y dejando huella... bueno más bien huellas, a veces demasiadas.
Hoy, te he visto. Te he intuído, ahí agazapado en la esquina del espejo. Sonreías. Pero no era una sonrisa amable. Dibujabas en tu boca la ironía, la burla... el triunfo. Tu sarcasmo me saca de quicio, me aturde. Y es que tanto te he ignorado que es lógico que ahora saques a relucir todos tus rencores. Porque recordarás cuando yo me reía del color blanco con el que maquillabas mi pelo. O cuando decidiste que mis ojos eran demasiado grandes y les dibujaste rayas horizontales en sus orillas, y yo, retadora, maquillaba mis pestañas allí donde tú empequeñecías mis miradas. O cuando te bebiste mis ganas de cantar al atardecer y entonces, provocadora, yo bailaba con la luna en mi cintura las mañanas de verano;  en fin puedo seguir contando mis heridas, mis penas por ti infringidas, pero no quiero. Vas a seguir pasando y pasando por mí, por mis huesos y mi mente. Por mi pelo, por mis manos, mis rodillas, mis caderas... yo te seguiré burlando; ajustando tus desmanes, tus agravios... y no te notaré presente y continuaré sin verte sin echarte tantas cuentas que me pides y me exiges. Sé que estás ahí, hoy te he captado, pero no vas a romperme por todo lo que me has quitado y por lo que me has añadido. 
Hoy me he dado cuenta de que yo no estoy vencida mientras tu sigas conmigo así que hoy: ¡te lo agradezco!, pues sin ti yo no tendría tantas cosas como tengo,  tantas cosas como doy...  
¡AY! TIEMPO...Mi Tiempo. El Tiempo.


Nos vemos y nos leemos pronto


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