En los
setenta, ir a la playa a pasar unos días lo denominábamos veranear. Las
familias, casi siempre numerosas, acostumbraban a ir al mismo apartamento año
tras año, y por lo tanto al mismo pueblo y a la misma playa. La familia
que afortunadamente gozaba de la propiedad de uno de esos apartamentos para el
verano, se pasaba allí todas las vacaciones estivales que los niños
disfrutábamos en esos años. La que no, como era el caso de la mía, nos
conformábamos con los quince días o el mes correspondiente a las vacaciones de
mi padre.
Un verano,
el primero en el que ya estábamos los siete, a mi padre le concedieron un
apartamento de los que el banco, donde trabajaba, tenía, para goce y disfrute de
sus empleados, en una playa remota de un remoto pueblo. Y allí marchamos. Ni mi padre
ni mi madre tenían carnet de conducir, por lo tanto en mi casa no había coche;
por eso cuando salíamos todos juntos de viaje o cogíamos el autobús, (léase Alsina), o
alquilábamos un gran coche, (léase furgoneta con asientos...) con chófer. Ese
año tocó alquilar un gran coche, verde para más señas.
Y ese coche a las seis de la mañana del día marcado en el calendario como el día V, de veraneo, llegó a la puerta de mi casa, formando un gran estruendo de pitidos que no despertaron a nadie, pues nadie estaba dormido en ese momento, ya nos habíamos encargado nosotros de despertar a todo ser viviente. Antonio, el chófer, iba cargando los bultos, y a la vez curioso, preguntaba a mi Olespadre que había en cada fardo o maleta: - ¿D. Miguel, qué llevamos aquí que pesa más que una suegra?... Vamos Antonio, date prisa, que se nos va a hacer tarde y nos tienen que dar las llaves del apartamento. Y así cargó maletas, cestas, barcas inflables, un jamón y hasta el bote de cristal donde viviría mi pez Bartolo durante esos quince días maravillosos. Todos nos íbamos de veraneo. Y fuimos subiendo a aquel coche verde de uno en uno, el más pequeño que no iba en brazos: Hermanomío el primero, después Menhermana, luego Pavehermana, a continuación Panhermana y la última yo. Mi madre con Nyhermana en brazos y mi abuela con Rikihermana también en los suyos. En el asiento del copiloto mi Olespadre, dando las indicaciones al interesado chófer.
Y ese coche a las seis de la mañana del día marcado en el calendario como el día V, de veraneo, llegó a la puerta de mi casa, formando un gran estruendo de pitidos que no despertaron a nadie, pues nadie estaba dormido en ese momento, ya nos habíamos encargado nosotros de despertar a todo ser viviente. Antonio, el chófer, iba cargando los bultos, y a la vez curioso, preguntaba a mi Olespadre que había en cada fardo o maleta: - ¿D. Miguel, qué llevamos aquí que pesa más que una suegra?... Vamos Antonio, date prisa, que se nos va a hacer tarde y nos tienen que dar las llaves del apartamento. Y así cargó maletas, cestas, barcas inflables, un jamón y hasta el bote de cristal donde viviría mi pez Bartolo durante esos quince días maravillosos. Todos nos íbamos de veraneo. Y fuimos subiendo a aquel coche verde de uno en uno, el más pequeño que no iba en brazos: Hermanomío el primero, después Menhermana, luego Pavehermana, a continuación Panhermana y la última yo. Mi madre con Nyhermana en brazos y mi abuela con Rikihermana también en los suyos. En el asiento del copiloto mi Olespadre, dando las indicaciones al interesado chófer.
Después de
mil curvas, siete mil canciones, tres mil mareos, cinco mil adivinanzas,
doscientas vomitonas y más de dos horas de viaje, vimos EL MAR... ¡Niños el
mar, mirad, mirad, después de la siguiente curva... EL MAR!. Aparcamos en la
plaza del pueblo, junto a la iglesia, en la misma puerta del edificio de
apartamentos. Bajamos las maletas del gran coche verde y todos, todos subimos
aquellas empinadas escaleras que nos dirigían a nuestra nueva vida de quince
días. Todo era perfecto, el salón, los dos dormitorios, la mini-cocina, el
minúsculo baño y la pequeñísima terraza. Nuestra casa, era diez veces mayor que el tamaño
de aquel apartamento, pero para nosotros, ese pequeño lugar era el paraíso que
nos permitía disfrutar de la playa.
Castell de Ferro, (granada) |
Pronto, muy
pronto organizámos como pudimos todos nuestros trastos; y como no, nos
enfundamos los nuevos y los viejos bañadores; buscábamos las gafas de bucear, los cubos, los rastrillos, las aletas... En eso estábamos, cuando
Olesmadre llamó a Rikihermana, y ésta no contestó. En un segundo todo se paró,
la fiesta terminó... Rikihermana no estaba en el apartamento, ella no estaba
con nosotros. Todos bajamos a la calle a buscarla, los más grandes cogimos a
los pequeños de la mano, y de dos en dos la buscamos... la buscamos... y la encontramos. Estaba
sentada en el bordillo de la acera de la iglesia. Tranquila, feliz, como si el problema no fuera con ella; junto a un señora mayor que le
preguntaba cómo se llamaba, pero Rikihermana apenas tenía dos años y no hablaba
muy bien.
Siempre tuvo
un gusto especial por perderse, siempre fue muy independiente.
Ese fue el
incidente de ese verano, ese fue el momento malo... los demás fueron felices y
preciosos, como casi siempre ocurría en las grandes familias que veraneaban en
los años 70.
Nos vemos y nos leemos pronto.
Ayyyyyyy!!! Que no me hacíais ni p... Caso... Abandoná en la puerta de la iglesia... Que poca vergüenza!! Esta historia no me la sabia yo... Tenéis que resarcirme por esos abandonos continuos, hablaré con mamá seriamente. Bss
ResponderEliminarQue tu te ibas de "picos pardos" y cuando pillabas un descuido te largabas... Y allí estábamos todos buscando a la dichosa niña. Besos festivos de domingo.
EliminarQue bonito!!!! Oles!. Es como si fuera con vosotros! Os veo a todos perfectamente. Todo son recuerdos y recuerdos es como
ResponderEliminaruna retrospeccion al pasado. Me encante leerte. Besos.
Gloria
Gracias amiga. Son recuerdos casi unánimes. Aquellos años de la infancia y veraneo eran para casi todos muy felices. Besos festivos de domingo. Oles
EliminarBueno es que los viajes en los 70 y 80 eran muy fuertes!!! jeje...pero nos lo pasábamos genial, pobre tu hermana, qué susto para todos!!!
ResponderEliminarFeliz Domingo!!!
Es cierto, Quédate, en los 70 y 80, ir de viaje era una aventura. Pero que aventuras mas entrañables!!! Besos festivos de domingo. Oles
EliminarQue recuerdos!
ResponderEliminarJustamente en esa playa fue donde aprendi a nadar.
Mas tarde perfeccione la "tecnica" en las piscinas de Lanjaron.
En esa misma plaza donde tu hermana os dio el susto habia un bar donde trabajaba un huevero que vivia en las casillas nuevas.
Y alli mismo fue donde tu padre nos convido a mi hermano y a mi a un helado.
Y tambien me acuerdo del kiosko donde comprabamos los sugus. Por una peseta nos daban un buen puñado.
Que bueno que nos cuentes todas estas cosas. Me estas haciendo recordar muchas cosas de aquella infancia en nuestra tierra.
Un beso.
Me alegra que disfrutes recordando todos aquellos episodios. Gracias por dedicar un ratito de tu tiempo a leer mis relatos. Besos festivos de domingo. Oles
EliminarRecuerdos que quedarán grabados para siempre. Un abrazo. Te he dejado una cosita en mi blog.
ResponderEliminarGracias por dedicar a mis relatos un ratito de tu tiempo. Y gracias también por acordarte de mi para ese magnifico premio. Besos de Lunes que son los primeros.
EliminarOles
Cómo disfruto leyendo estas crónicas, oles. Parecen escritas para un guión de cine de aquellos años en los que disfrutábamos con un cubo, una pala y un flotador. Me ha recordado a la peli "La gran familia". A nosotros también nos "regalaron" quince días en una zona residencial... No sé si perdimos a algún hermano;-) Entrañable relato.
ResponderEliminarUn beso recién nacido, bonita.
Gracias Sunsi, me agrada tanto verte por aquí!. Agradezco mucho ese tiempo que dedicas a leer mis relatos. Son recuerdos míos que coinciden con muchos de los vuestros. Todos hemos estado de veraneo... Besos de Lunes que son los primeros.
EliminarOles