RECUERDOS PARA EL DOMINGO:MI 127 ROJO

Diecinueve años: Alegría, risas, colores, algarabías, esparcimiento, lozanía, satisfacción, entusiasmo... todo tenía que ser rápido, inmediato, próximo. No había tiempo para lamentos, tristezas, penas... el pesimismo no tenía cabida; los pesares eran de otros, en nuestro grupo de Dos solo habitaba la libertad y la vida que te dan esos años. Tu siempre guapa, sin que te faltara un detalle. Yo con actitud parecida, copiando de modelos y escaparates ropa que no me podía permitir. Las dos juntas arrasábamos. Piropos, que ahora serían caducos, nos decían por la calle y nosotras reíamos y nos pavoneábamos. No había nada que no tuviera solución. Y así, con el mundo por montera disfrutábamos de nuestro desparpajo, de nuestras risas, de nuestra inocencia y de todo lo bueno que nos dejaba probar nuestra recién estrenada juventud.

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Pues eso, diecinueve años y Olespadre me regala un CientoVentiSiete rojo nuevecito, bueno, de segunda mano pero nuevecito. Mi coche. Mi primer coche maravilloso... ese que luego sirvió para que todas las Oleshermanas, Hermanomío, algún Olescuñado y yo aprendiéramos definitivamente a conducir. No tenía rival era el mejor maestro y el más sufrido; campeón subiendo las cuestas, el mejor adelantando, ahorrador de gasolina y sobre todo obediente, pues siempre hacía lo que le pedías con sus pedales y marchas. Mi 127 era magnífico, y además era ¡rojo!. Desapareció de nuestras vidas después de veintiséis años dando el mejor de los servicios a mi gran familia. 
Para ti y para mí, ese coche era el instrumento de la libertad deseada. La marca que nos definía como chicas mayores con edad para tener coche propio. Era extraordinario, pues nos quitaba la impronta de adolescentes y nos regalaba madurez. Fiel compañero de nuestras andanzas, siempre que podíamos ponerle gasolina, lo disfrutábamos mucho.

Una mañana, recién empezado el otoño, no teníamos clase pues nos tocaba el turno de tarde, y decidimos dar una vuelta por la carretera de la sierra. La carretera de Sierra Nevada era una carretera sinuosa, llena de curvas estrechas y subidas muy empinadas; ahora es una carretera más transitable y ancha que en aquellos años. Y subimos, como siempre, hasta la altura de 1500m. Ese era nuestro límite; allí, nos fumamos un cigarrito compartido, hablamos de lo que habían puesto en la tele la noche anterior y nos contamos que nos íbamos a poner en el fin de semana. Todo era sensacional y eterno, ¡como nosotras!, ¡como nuestra juventud!. Cuando nos cansamos de pasar frío, nos subimos de nuevo en mi flamante coche y nos dirigimos a la ciudad. Apenas habíamos salido, un Mini Cooper se sitúa paralelo a nosotros, en el carril de subida; y con un acelerón nos adelanta veloz. Nos miramos las dos, y sin mediar palabra  yo acelero también para adelantarlo... lo adelanto.

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El Mini que lo conducía un chico joven, llevaba de copiloto a otro chico y se vuelve a poner a nuestra altura y hace la misma maniobra... Yo le pago con  la misma moneda... una curva, otra y otra nos ponían en peligro. La adrenalina a tope y el riesgo cogido de la mano. No paso nada... solo puse a prueba mi coche y, las dos, tu y yo, la inmortalidad que te dan los pocos años.  Cuando llegamos a la ciudad dijimos adiós a los chicos del Mini con la mano, y jamás supimos de ellos. Fue arriesgado, audaz, atrevido y sobre todo imprudente.... Fue una irresponsabilidad de esos tiempos que a veces añoro y otras no tanto. Pero también puedo decir que ahora mismo estoy sintiendo una soberbia sensación de libertad recordando esta historia.

Este post está dedicado a mi Amiga Gloria con la que compartí mucha vida de mis diecinueve años. 


Nos vemos y nos leemos pronto